top of page

Parásitos

«Cuanto más extremo es el capitalismo, más extrema es la desigualdad», decía Bong Joon-ho entrevistado para El Mundo por Luis Martínez. Sin pretender sentar cátedra, creo que es justo decir que la última película del director surcoreano es una de esas cintas que hay que ver, al menos, una vez en la vida. Es un ejemplo clásico de narrativa pez fuera del agua, de descontextualización del personaje, de mentiras y enredos cómicos perpetrados en una realidad tan brutal como desagradable. Y eso la sitúa en el constante conflicto entre la risa y el cabreo. Parásitos está escrita desde la diferencia, desde la diferencia entre ricos y pobres. Es ese chiste cruel del que sabes que no tienes que reírte, pero que inevitablemente te hace gracia. Y prueba de ello es su manera de convertir lo macabro en cómico con pequeños detalles que podrían parecer insignificantes, pero que no lo son: una familia que lo ha perdido todo bucea entre la mierda cuando se inunda su casa; viendo su hogar destrozado, lo más importante es buscar tu paquete de tabaco, escondido en el falso techo, y fumarte un cigarro sentada en el váter, no por comodidad, sino porque es la forma de que pare de rezumar un líquido negro, asqueroso, que sale a borbotones de la taza.


Parásitos ofrece una radiografía social triste, porque, como decía su director en la entrevista previamente mencionada, «la realidad es triste». Empatizas con y entiendes a todos sus personajes, y al mismo tiempo te generan una especie de ansiedad; los ricos por su clasismo mal disimulado, los pobres por estirar tanto el chicle que al final lo rompen. El dilema establecido nos incomoda; no es la clásica película de villano embellecido que pretende ponerte de su lado. Porque no es una cuestión de buenos ni malos, sino de necesidad. Es un relato de picaresca dilatada hasta topar con sus propios límites, y contado a través de planos de barrios inclinados, a oscuras, iluminados por el letrero de una tienda de comestibles. El dilema moral de esta película no radica en si las acciones de sus personajes son más o menos reprobables, porque no cuestiona la moral individual. Plantea el conflicto social, endémico y peligroso de la desigualdad, el «¿quién parasita a quién?» que protagoniza la lucha de clases desde que las mismas clases existen.



Sin caer en paternalismos, sin explotar la pobreza desde un punto de vista hiperestético y despolitizado, y sin darnos charlas sobre lo que está bien y lo que está mal. Más bien todo lo contrario: retratando el absurdo de la que - seguramente - sea la mejor forma posible: a través de la risa. El absurdo absoluto, esperpéntico, al que sólo puede llegar una sociedad dividida por el abismo salarial y los opuestos sociales. Situaciones extremas provocan reacciones extremas, en la película y en la sala, y al final, ya sabéis, te ríes por no llorar.

12 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Anfield

bottom of page