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Anfield

Esta mañana me desperté pronto, tocaba ir a la compra. Mientras desayunaba vino mi madre llorando a decirme que Michael Robinson había fallecido, que acababan de anunciarlo en la SER, que estaba sonando el himno del Liverpool, el mítico You'll never walk alone en honor a su ex-jugador, que Carles Francino no podía evitar emocionarse al dar la noticia, que joder, qué mierda.


Sin ser futboleras, en casa siempre hemos sido del Madrid - por costumbre - y le hemos tenido un cariño especial al Liverpool - por mi hermana, que de adolescente era devota de Xabi Alonso -. Mis padres nunca han querido pagar por los canales que ofrecían fútbol en televisión porque no les íbamos a sacar provecho, así que cuando se ha jugado un partido del que queríamos saber, tirábamos de radio. Es que a mi madre le encanta la radio.


Es por eso que la voz de Michael Robinson, ese acento que lo convirtió en un comunicador tan particular, me ha acompañado durante años: fregando los platos, estudiando para las recuperaciones de Geografía de segundo de Bachillerato, cuando el sonido de la radio llegaba de la cocina a mi habitación, o cenando en la cocina al llegar tarde a casa, después de un martes en el conservatorio; teníamos grupo de cámara, salíamos a las diez, y si había partido de Champions, mis compañeros se volvían locos por irse a casa cuanto antes. Yo, al llegar, me comía lo que quedaba - si era tortilla de patatas, mejor - y me quedaba escuchando el partido, aunque no entienda demasiado de fútbol. Si alguien me hubiera dicho entonces que me pondría nostálgica pensando en mi 1º de Bachillerato, cuando echaba la mañana en el Instituto y la tarde entera en el Conservatorio, me hubiera reído. Pero aquí estamos. Su fallecimiento me ha traído todos esos recuerdos; parece mentira la manera en que una voz se convierte en parte de tu rutina, esa que odias durante un tiempo, hasta que termina y te sorprendes extrañándola.


Me gusta pensar que la misma compañía que nos ha brindado Robinson a lo largo de los años - una compañía en la distancia: él desde el estudio; nosotros en casa, en el coche, en el trabajo, - es la misma que le podemos ofrecer en su despedida. Después de casi cincuenta días encerrados pienso más que nunca que la visión individualista y romántica de la soledad no va con nosotros: anhelamos la compañía, escuchar y que nos escuchen. Nos necesitamos los unos a los otros, y sentirnos acompañados, aunque sea por el aparato de radio. Por eso, en estos días en que no podemos despedirnos como querríamos, creo que el mejor homenaje que puede brindarse a quien nos arropó alguna vez con su voz es justo el homenaje que se le hace desde el mundo del deporte: parece que el «nunca caminarás solo» del Liverpool se hubiese escrito, palabra por palabra, para despedir a Michael Robinson.




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