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Líder de audiencia

Me gustan los realities. Me gustan como espectadora, y también me gustan como interesada profesionalmente en televisión, pero sobre todo me gustan como fenómeno social. Vivimos en la era de hacer público lo privado, una costumbre que cobra cada vez más fuerza y que manifiesta descaradamente la distancia inevitable entre las generaciones que crecieron sin redes sociales en las que exponer qué comes, qué bebes y qué escuchas, y las generaciones que nos hemos criado arropados por Facebook, Tuenti y sus discípulos. Lo más parecido que habíamos vivido integrantes de ambas generaciones - y, además, conjuntamente, cuando la tele aún resultaba el sitio de encuentro y reconciliación familiar - eran los realities televisivos. Gente que vendía su vida, con sus miserias y triunfos, en la que se ha considerado erróneamente pequeña pantalla. Resulta maravilloso asomarse a la televisión y encontrar personas con problemas parecidos a los que puedes tener tú. Fulano y Mengana se han liado y a Zutano, al enterarse, le ha dado un parreque. El efecto es inmediato: todos empatizamos, todos opinamos, y tomamos partido por Fulano, Mengana o Zutano. Porque todos hemos sido alguna vez Fulano, Mengana o Zutano. Porque por muchas veces que nos hayan dicho eso de «mal de muchos, consuelo de tontos», yo prefiero ser una idiota consolada a una erudita desquiciada. Y como yo, me parece que la mayoría.


Uno de los realities más famosos e importantes de España es Gran Hermano. Diecinueve años después de su primera edición, el programa cosecha dieciocho temporadas del Gran Hermano original, siete de su edición «VIP», una emisión «Dúo», un «Reencuentro» y un «GH: La Revuelta». Líder de audiencia y de opinión en redes, el programa - que yo he seguido con mucho gusto durante bastante tiempo; ya he dicho que me gustan los realities - ha sido descubierto por tapar uno de los mayores escándalos sexuales en televisión de nuestro país. Y es que en su décimo séptima edición (GH Revolution), el concursante José María López abusó de su compañera en la casa, Carlota Prado, mientras ella estaba inconsciente.


José María fue expulsado al día siguiente. Su expediente, cubierto y tapado con pulcritud. Se hizo el silencio y aquí nadie supo nada: la edición terminó, coronó como ganador a Hugo Sierra y durante dos años ha continuado emitiendo, liderando y lucrándose. Así hasta el pasado 19 de noviembre, cuando Berto Molina, redactor de El Confidencial, publicaba un vídeo en el que el Súper - la figura omnipresente de GH, que dirige a los concursantes mediante una voz distorsionada - hacía ver a Carlota su propia violación, grabada en vídeo. El programa grabó también la reacción de la concursante, que, presa de la ansiedad, pide que la dejen salir para tranquilizarse. Telecinco nunca lo emitió, como parte del pacto de silencio al que sometió a la víctima. "Carlota, este tema, por José María y por ti, por el bien de ambos, no debe salir de aquí", le dice el Súper, con esa voz distorsionada que realmente nos hace pensar en él como una especie de ente abstracto, de ojo digital. Pero no. El Súper es una persona que locuta frente a un micrófono, un eslabón en el equipo productivo de Gran Hermano. Un equipo formado por personas que toman decisiones. Y la pregunta es, ¿en qué momento esas personas, que presencian el abuso sexual en directo mientras la víctima está inconsciente, deciden que no intervenir es lo mejor? ¿Y por qué ese equipo reproduce las imágenes del abuso, obliga a dicha víctima a verlas, sola, sin esperarlo, sin saber lo que se le viene encima? "Queremos que sepas que tienes todo nuestro apoyo psicológico", le dice el Súper. Pero, de momento, Carlota está sola. Acaba de ver unas imágenes terribles, y está sola, aislada y confundida. Unas imágenes sobre las que, además, el programa le hace prometer que no hablará.


Berto Molina explica en su cuenta de Twitter el por qué de su

noticia, tras el debate que ha suscitado su publicación.


"Por el bien de ambos, no debe salir de aquí". Ese por el bien de ambos resulta tan nauseabundo que da verdaderas ganas de vomitar. "Por el bien de ambos", cuando absolutamente nadie ha pensado en el bien de Carlota. "Por el bien de ambos"; suena a limosna, a palmadita en la espalda y a mano condescendiente en el hombro. No lo denuncies, no hables de esto, que no hace falta, hombre. Y Carlota, que llevaba cuarenta y seis días sin contacto con el exterior, alejada de su entorno; que acababa de presenciar su propia agresión sexual sabiendo que más gente aparte de ella la había visto (y no había hecho nada por evitarlo), aceptó.


Telecinco aún no se ha pronunciado. Sepultó lo ocurrido como si nada hubiera pasado. Lo de correr un tupido velo y aquí paz y después gloria lleva pasando toda la vida. Sólo que parecía que últimamente las cosas estaban cambiando; al menos, así se hacía ver con la divulgación del discurso feminista en grandes medios y grandes empresas. A ver si sólo estaban mercantilizando el movimiento por cuestiones de interés comercial, para sacar tajada, y en realidad las mujeres y su seguridad les importaban una mierda. Nunca sabremos, ¿no?




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