Uno de los debates de actualidad que más opiniones ha generado - sobre todo en redes sociales - ha sido la cuestión sobre los límites del humor. Cada vez que un monólogo, un comentario en Internet o un medio de comunicación desata la polémica, en Twitter se enfrentan dos bandos: los que defienden que el humor es humor y que restringirlo equivale a censura, y los que opinan que, cuando tu humor se basa en hacer burla de un colectivo oprimido, contribuye a perpetuar dicha opresión.
Bueno, hablar de la relación entre humor y opresión es hablar de ideología y de discurso, y por eso quiero hacer un par de aclaraciones. Seguramente me queden lagunas, pero bueno, mis definiciones puede que no sean precisas, y desde luego que yo no tengo la última palabra sobre nada. De momento allá vamos.
En primer lugar, ¿qué entendemos por un colectivo oprimido? Porque a veces interpretamos el concepto opresión en término de suma y resta de privilegios, como si la sociedad fuese un Cuadernillo Rubio gigante.
Los colectivos oprimidos son aquellos que, por sus condiciones - de raza, de género, de orientación sexual, de clase - han sido objeto de represión, persecución, sometimiento...; es decir, han sido víctimas de distintos tipos de violencia, de forma sistemática a lo largo de la historia. Dicha violencia los ha colocado en una situación desfavorecida respecto al opresor, y es que la relación entre oprimidos - opresores es una implica dualidad: uno existe como consecuencia del otro.
Ideología y opresión
Pero, ¿cómo se determina quién es opresor y quién oprimido? Pues a través de las relaciones sociales. Las condiciones históricas y materiales han determinado a través de la ideología qué es lo normal, lo válido, y gracias a esa construcción nace un Otro que no es ni normal ni válido. La relación de alteridad viene secundada por el discurso ideológico, que interioriza como natural algo que en realidad es construido. Por ejemplo, la dicotomía masculino/femenino. Los hombres son así y las mujeres son asá. ¿Por qué? Pues... porque sí. No hay una respuesta. Es lo que nos han enseñado, y no hablo de en casa, o en la escuela, aunque probablemente también; hablo de cómo nos educamos socialmente.
Las chicas son más traicioneras, los hombres son más nobles. Yo creo que todos hemos oído esto alguna vez, ¿no? Si no es el caso, me alegro; yo lo he escuchado bastantes veces y quería pararme a analizarlo como ejemplo de ideología de género. Discurso ideológico. Vale. Estoy pensando en una película Disney, no sé, un clásico de princesas, ¿Blancanieves y los siete enanitos? ¿La Cenicienta? ¿La Sirenita? Mujeres enfrentadas, generalmente por belleza o por un hombre. Pero no es un invento de Disney, qué va. Si te vas más para atrás, a los principios de la ideología judeo-cristiana, ¿qué primeras mujeres tienes? Lilith, la primera mujer de Adán según el judaísmo, encarnación del mal y madre de todos los demonios; Eva, la culpable del pecado original y que provocó la expulsión del hombre del Edén. ¡Fantástico!
Pero que las mujeres traidoras, malas y enfrentadas vienen de antes, que si te remontas a la mitología griega tienes a Hera convirtiendo a todas las mujeres violadas por Zeus en bichos para condenarlas. Y así con todo.
A lo que voy es que la idea de la mujer manipuladora la tenemos tan interiorizada que muchas chicas - me incluyo - hemos pronunciado aquello de "prefiero tener amigos chicos, las tías son más traicioneras". Y esa idea la tenemos interiorizada porque a través de los medios de comunicación, artísticos - literatura, pintura, cine - o no artísticos se ha difundido el discurso de la mujer mala, la femme fatale intrigante. Y el discurso ideológico, cuanto más invisible, menos se cuestiona. Las cosas son así porque siempre han sido así. Ya, bueno, ¿pero por qué siempre han sido así? Habría alguien a quien le interesase establecer una diferencia entre hombre y mujer, entre heterosexuales y homosexuales, cisgénero y transgénero, payos-blancos y racializados, ricos y pobres, ¿no?
La cuestión es que la ideología establece un nosotros y un ellos a través de la alteridad, creando una distancia, una clasificación según la que te corresponde ser de un modo u otro, beneficiando a los opresores en detrimento de los oprimidos, y convirtiéndose en ideología dominante. Y la ideología dominante es la que cala hondo, la que no se cuestiona por ser mayoritaria, se acepta inconscientemente, y entonces damos por hecho que si eres x o y vas a ser de esta u otra forma. Porque sí, porque a priori es lo que te corresponde. Y así podemos vivir eternamente en una sociedad machista, racista, LGBTófoba, clasista, etcétera.
¿Y dónde encaja aquí el humor?
Me enrollo muchísimo escribiendo y llevo un ratazo con esta entrada pero aún no he llegado a la cuestión principal. ¿Qué pintan el humor y sus límites en esto? Bueno, yo creo que este tema controvertido se está utilizando como excusa para verter estereotipos sobre los grupos de siempre, pero tildando de dictadura de lo políticamente correcto a toda observación de que el humor tiene de inocente lo que yo de millonaria.
El humor es un discurso, tan potente y digno de análisis como un alegato político, una disertación sobre identidad o un artículo de El Comidista. Y, de hecho, hay un elemento característico del humor que lo hace mucho más peligroso que cualquiera de las tres formas discursivas anteriores: su aparente ingenuidad e inocuidad. Damos por hecho que el humor sólo es humor y que, por tanto, es inocente, que ofenderte por un chiste te convierte en un ofendidito de piel fina, en un amargado; la mayor parte de las veces en un niñato - esto si tienes entre diecisiete y veinticinco años - .
La cuestión es que una de las formas más obvias de ridiculizar y humillar a alguien es usando el humor y provocando la carcajada general. Una cosa es reírte de un amigo, quien te da la confianza para hacerlo - y para devolvérsela - y otra es abusar de una relación de poder para burlarte de alguien que sabes que está en posición de inferioridad y que no va a defenderse, o no va a encontrar respaldo de hacerlo.
Todos tenemos muy claro que convertir a alguien en el centro de las vejaciones en el colegio o en el Instituto está mal, lo llamamos bullying y entendemos que es un problema, ¿no?. Pues bueno, el pasado 29 de agosto, la noticia del suicido de un niño de sólo nueve años en Colorado, Estados Unidos, conmocionaba al mundo. El pequeño sufría bullying en el colegio después de declararse homosexual.
Sabemos que esto un caso de homofobia, pero, ¿nos plantemos cómo se manifiesta esa homofobia? ¿De dónde nace? ¿Por qué niños de colegio la reproducen? Bueno, tal vez sea por la cantidad de veces que hemos visto en películas, series, vídeos de Youtube e incluso vines - por recurrir a formatos del audiovisual que seguramente consuman los chicos y chicas de esa generación - hacer uso de la pluma como recurso cómico, por ejemplo. Yo lo he visto de niña y adulta, y hasta hace no tanto ha sido algo que me ha hecho gracia, que no me he parado a analizar.
Reírte públicamente de alguien cuando, de forma consciente o inconsciente sabes que estás en posición privilegiada respecto a esa persona es una forma de opresión. Y a lo que voy con esto es a que, seguramente, cuando un grupo de chicos o chicas heterosexuales se ríen de alguien de clase que es homosexual, no están teniendo en cuenta todo esto de la ideología y de los opresores y del discurso. Simplemente han aprendido que es divertido mofarte de que a alguien le gusten las personas de su mismo sexo, o que tener pluma es motivo de burla. Y esto lo han aprendido porque han visto y escuchado chistes, igual en casa, sí, pero también seguramente a través en distintos medios de difusión.
Cuando en contenido audiovisual se ha utilizado al hombre «afeminado» como recurso para el humor - siempre edulcorando las burlas y dando a entender que a él no le pasa nada porque otros se rían - lo que estamos aprendiendo es que hacer uso de la pluma para burlarnos de alguien es divertido. Y que burlarse de alguien homosexual es gracioso, y lícito. Y que si un compañero de clase sale del armario, podemos hacer bromas sobre perder aceite, sobre pegarnos a la pared o sobre el jabón en la ducha. Hemos crecido oyendo esas cosas, interiorizándolas como bromas que se hacen en público. Y a lo mejor estábamos literalmente machacando a alguien, privándole de vivir sus relaciones familiares, amorosas o de amistad de una forma sana y natural. Creando a personas inseguras con temor a presentarse o a salir a la pizarra por miedo a la humillación.
Pero si sólo es humor.
También son humorísticas las películas de Paco Martínez Soria, y eso no les quita lo machista ni lo rancio. ¿Cuántas comedias, grabadas en uno u otro formato, no han utilizado el recurso de la «chica drogada» para tener sexo? Y eso se convierte en un problema real. Se convierte en un problema real porque la gracieta de "pues cuando vaya pedo" entre los grupos de amigos es una broma que se hace, y que implica muchas cosas. Y eso que sólo es humor.
Para mí, lo más sangrante de todo esto es ver cómo muchos personajes influyentes o sectores de izquierda, en principio en pro de la igualdad, defienden a capa y espada que el humor es inofensivo, se produzca en los términos en los que se produzca. Como si el ser de izquierdas te anulase automáticamente lo racista, lo xenófobo, lo tránsfobo, lo homofobo, lo machista o lo clasista.
Ojalá todos fuésemos iguales, pero de momento este mundo es el que es, y pertenecer al grupo de opresores u oprimidos te coloca en una realidad o en otra. ¿Por qué deberían ofenderme los chistes de violaciones, si ya somos todos iguales? Pues porque a efectos prácticos no lo somos. Porque cuando eres mujer y te separas de tus amigas de noche les dices escríbeme cuando llegues, ya que sabes que existe la posibilidad de que esto no ocurra. Y éste es un miedo al que los hombres no tienen que enfrentarse, de lo que me alegro mucho, pero que implica que ellos quizás no entiendan por qué es ofensivo leer o escuchar una bromita, en teoría inocente, que hable de esto.
El humor es un discurso. El humor negro, por definición, es el humor que transgrede las normas discursivas, las reglas que determinan el juego. Así que cuando en vez de transgredir a la norma estás apoyando - y, por tanto, perpetuando - un discurso ideológico que lleva años sosteniéndose gracias a los chistes de gays, de gitanos, de mujeres y un largo etcétera, dignos de Bertín y Arévalo, a lo mejor no tienes nada de transgresor. A lo mejor sólo estás haciendo lo que siempre se ha hecho, humor de arriba a abajo, sabiendo que los de abajo están en situación de desventaja, unidireccional, y sabiendo que vas a obtener el aplauso de la mayoría porque así es como funciona la ideología dominante. Que por incluir siete u ocho veces la palabra «muerte» en una broma, esta no se hace automáticamente transgresora y diferente.
Así que no, en una sociedad en la que se viola y mata mujeres, los chistes de las niñas de Alcàsser o de Marta del Castillo difícilmente tienen gracia. Y en una sociedad donde un tipo de quince años apaliza hasta la muerte a una mujer transexual de cincuenta y nueve, en Valladolid, a 23 de agosto de 2019, a lo mejor hacer chistes a costa del colectivo trans tampoco es divertido. O, si al atleta sudafricano Mhlengi Gwala le intentan cortar las piernas con una sierra oxidada mientras va en bici en marzo de este mismo año por ser negro, pues igual hacer bromas racistas tampoco es como para echar cohetes.
En fin, que el humor es una herramienta, un instrumento que puede servir para oponerse a las desigualdades o para conservarlas. Y, si lo vas a utilizar para lo segundo, será mejor que no te pique cuando te lo señalemos los de la piel fina.
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