El chándal gris del HyM. Una camiseta de algodón, de estas elásticas que cruzan los tirantes en la espalda. Las gafas de sol ejercen de diadema. Sales a la calle con el pelo mojado y no te pasmas de frío. Llevas el sol en los párpados, lo ves aun cerrando los ojos. Llevas su calor en los brazos, en la espalda. Qué gusto.
Sillas y mesas metálicas de bares abarrotan las plazuelas del barrio. Por la tarde habrá gente sentada. Gente tomándose una cerveza. Gente que ya no fuma, fumándose un cigarro. Qué gusto.
Un grupo de niños jugando al fútbol en el parque. Han improvisado el campo usando las mochilas del colegio como porterías. De portería a portería, guarrería. Levantan polvo con cada patada que le pegan al balón. Sus gritos colman todos los posibles silencios. Qué gusto.
De las ventanillas fugaces de los coches brota música. Las canciones son como estrellas fugaces. Te sobrepasan velozmente, apenas las adviertes, pero de cuando en cuando pillas una que reconoces. Canciones bailables, alegres. Canciones de verano que canturreas por dentro. Qué gusto.
Una veta gris enturbia el azul del cielo. Al fondo, nubes bajas de tormenta. Que llueva, que tiene que llover, que diría mi abuela. Tiene razón. Que llueva. Pero de momento me quedo con la libertad del mes de mayo, la libertad de la ducha rápida, la camiseta de algodón y el chándal del HyM. La libertad de salir a la calle con el pelo mojado. La libertad de los niños que se han montado un Bernabéu con cuatro mochilas y un balón pinchao. La libertad y la alegría que me da guardar el sol en la piel.
